Paso a Aristófanes
Bruno Marcos
Es un tema recurrente, en estas postrimerías de la modernidad, el hecho de que la industria cultural se está igualando a la cultura. El uso de esa extraña ecuación va devorando la literatura, el cine y, en general, todas las artes, hasta el punto en que la sensación global es de que sólo circulan productos para el entretenimiento.
Tanto las grandes editoriales como las productoras de cine, o el mercado del arte, están dedicando en esta empresa la mayoría de sus energías. Incluso la política cultural copia sus comportamientos de las derivas mercantiles. No son pocos los museos públicos que expresan su deseo de funcionar como galerías, promocionando lo que se produce en el ámbito privado y dando, de paso, cabida al diseño, a la moda textil o a la música pop. Si observamos el panorama parece imposible alejarse de la progresiva equiparación de la producción cultural con los bienes de consumo y su consiguiente trivialización.
La polémica se ha levantado recientemente porque, en una conferencia de prensa, previa a la concesión del premio Planeta, un periodista requirió al jurado la opinión sobre el nivel de calidad de las novelas presentadas. Juan Marsé respondió: "Mi opinión personal es que el nivel es bajo y en algunos tramos subterráneo. Alguna novela promete, apunta alto en sus planteamientos, pero se acaba frustrando. El premio no puede quedar desierto, así que nos vemos obligados a votar la menos mala".
Lo que quizá sorprenda es recordar que el tema no es nada nuevo. En una de las estampas socráticas, escritas por Platón, podemos leer cómo, este, le pide opinión a Eurípides sobre una tragedia escrita por él y, el viejo dramaturgo, le contesta hablándole de su experiencia como escritor : “...no iba, como el otro, a divertir simplemente al pueblo, sino a hacerle pensar, y este ha sido mi fracaso (...) joven amigo, si tu vocación hacia la poesía es verdadera, con mi consejo y sin él has de meterte por su incierto camino; pero lo que si te digo es que este camino tiene tres sendas bien definidas: la honrada, la que deleitando trata de instruir, la que quiere y procura innovar, senda difícil y donde lo menos que suele cosecharse es la incomprensión y el desdén; la opuesta, la que tan sólo busca el medro y el aplauso, cosas ambas que no dejan de conseguirse poseyendo ese talento que no le niego a Aristófanes de ver el punto flaco y ridículo de las cosas y agigantarlo para que puedan también verlo y solazarse con él los miopes (ciegos) de la inteligencia, como suelen ser la casi totalidad de los hombres, y aun una tercera, que consiste en alabar lo tenido por santo y bueno, que siempre suele encontrar eco, siquiera por el bien parecer, aun entre quienes no creen en ello ni suelen practicarlo. Se puede ser un mediocre, un bufón o un poeta honrado: escoge, pero no olvides que en este último caso las mejores satisfacciones de tu obra habrás de encontrarlas en ella misma y en ti mismo.”
Más adelante Sócrates comenta, despectivamente, que el teatro de Aristófanes gusta a “esa numerosa falange de hombres incultos que suelen decir que no gustan de ir al teatro a pensar, cual si ni en el teatro ni fuera de él fuesen capaces de cosa tan desusada en ellos?” Sin embargo, después, concluye exonerando de culpa al público; pregunta: “¿Cómo habría de prohibirlo sin educarles antes, ni cómo hacerles aborrecer a Aristófanes sin ponerles en condiciones de gustar y comprender a Eurípides?”
Poco hay que añadir a lo leído; procede darnos cuenta de lo ingenuo que es nuestro nuevo rubor ante el eclipse al que la baja cultura somete a la alta. Aún no hemos conseguido desligar cultura y entretenimiento, seguramente, porque ambos se nutren mutuamente, intercambiando prestigio por renta económica y viceversa. En esta postmoderna versión de la democracia en la que vivimos, igual que antes, la balanza de la oferta y la demanda es la que traslada la opinión de la mayoría sobre qué formas artísticas son merecedoras de atención. ¿Pero, qué hacer?¿Si esto ya ocurría entre los antiguos griegos cómo combatirlo ahora?¿Acaso no estará la historia plagada de genios -cuya contribución a los saberes de los hombres era fundamental- sepultados en la sombra por los destellos de los idiotas?¿Se hallarán, en la actualidad, no ya abocados a la oscuridad los verdaderos sabios sino a no nacer?¿Se estarán abortando todas las circunstancias necesarias para que exista un contexto propicio para que estos aparezcan?¿Hoy, más que antes, se hallará en peligro de extinción el verdadero creador? Dice Sócrates: “Claro que lo malo es que Eurípides nacerán de tarde en tarde y Aristófanes habrá en todo tiempo”. Puede consolarnos lo que dice el viejo Eurípides, desde su frustración, al joven Platón: “...si naciste para escribir, escribirás aunque te escondan las tabletas y el grafeión en las entrañas de la tierra...”
Párrafos más adelante Platón, Sócrates y Eurípides son empujados por el populacho. Aparece una magnífica carroza que avanza lentamente. Palafreneros lujosamente ataviados y uno, a la cabeza del séquito, grita: “¡Paso a mi señor el poeta Aristófanes!”. Hermipo, el carnicero, corre hacia el carruaje para saludar al popular autor.
6 Comments:
Veo que las las clases de cultura clásica sirven para algo.no nos des cicuta queremos coca cola.
M.P.J.
efectivamente cocacola...
La envidia corroía a Sócrates.todo fluye.
Parménides
Socrates ,de paseo,Eurípides en la nubes,Platón en la caverna... y yo aburrido tomando ansiolíticos mientras una puta manifestación recorre la pantalla de mi televisor.Me escaparé por la ventana.
Todo lo que puede decirse de la verdad,no es totalmente verdadero...
CRÍTICA
Ni pasiones ni romanas
La novela ganadora del último Premio Planeta es un homenaje a la neutralización, en la que un narrador castrante y tedioso impide que los personajes le hagan sombra.
FERNANDO CASTANEDO
BABELIA - 19-11-2005
La mallorquina Maria de la Pau Janer y el peruano Jaime Bayly. (LUIS MAGÁN)
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PASIONES ROMANAS
Maria de la Pau Janer
Planeta. Barcelona, 2005
448 páginas. 21 euros
Decía Ortega que la novela es un género moroso porque consiste esencialmente en postergar un desenlace que el lector espera con ansiedad. Llevada a sus últimas consecuencias esta idea se convierte en un despropósito, como demostraron algunos escritores franceses del nouveau roman -ahí está Alain Robbe-Grillet, a quien ya nadie lee- con dispépticas novelas en las que, como recuerda el tópico, un personaje tardaba cien páginas en bajar las escaleras. Puestos a diagnosticar, la enfermedad venía motivada porque uno de los ingredientes de Ortega, la ansiedad expectante, o no aparecía por ninguna parte o, si aparecía, era rápidamente neutralizada con una digresión.
Pasiones romanas, de Maria de la Pau Janer, es un homenaje a la neutralización. La novela en apariencia cuenta los amores desgraciados de una serie de personajes, especialmente los de Dana, una periodista de Palma, e Ignacio, un abogado casado y con hijos que vive en la misma ciudad. Éste deja a su familia para irse a vivir con la periodista, pero cuando uno de sus hijos sufre un accidente de tráfico decide romper con ella y regresar con su mujer. Dana huye trastornada hasta llegar a Roma, en donde rehace su vida con Gabriele, un anticuario italiano. Nunca sabremos por qué Ignacio optó por regresar con su familia, ni por qué pasados diez años decidió ir a Roma en busca de Dana. No importa, porque otro oportuno accidente de coche vendrá a tapar estos huequecillos.
En la novela también se narran los amores de Marcos y Mónica, truncados porque ella sufre un accidente y queda en coma. Marcos, creyéndola muerta, huye de Palma y se instala en Roma. Allí rehace su vida con Antonia, que también es de Palma, pese a que la sombra de Mónica se cierne sobre su relación. En Roma coinciden asimismo Matilde, la confidente de Dana, y ya al final del libro María, su amiga íntima. Ellas también son de Palma. Pero da igual de dónde sean todos estos personajes, porque en realidad aquí el único que importa, al que sí llegamos a conocer, es al narrador.
En Pasiones romanas no hay
ni pasiones ni romanas. Hay algunos personajes de Palma de Mallorca que en cuanto intentan apasionarse resultan inmediatamente neutralizados por un narrador castrante y tedioso, obsesionado con figurar y con que los personajes no le hagan sombra y que, en lugar de permitir que actúen, se empeña en retransmitirnos la jugada. Conocemos sus pasiones porque el narrador nos habla abundantemente de ellas, pero como ellos mismos nunca llegan a actuarlas se quedan en meras carcasas. Para colmo de males resulta que el narrador también filosofa y que no está dispuesto a perdonar página sin una perla de su sabiduría: "hay historias que cuestan de contar", "hay mentiras pequeñas que cuesta adivinar", "hay momentos en que un cuerpo rechaza a otro cuerpo", "viajar en tren es algo parecido a existir y no existir" (¿?), "mañana quiere decir futuro inmediato, lo que sucederá cuando nos despertemos, pasada la noche" (¡!), "hay frases que suenan a tópico, que se dicen para quedar bien".
Neutralizados los persona
jes; victorioso el gran narrador; la autora huyendo con unas hermosísimas sacas llenas de euros; al final el que peor parado sale en esta refriega de opereta es el lector. El narrador del Quijote pidió a quienes le leyeran que le diesen las gracias no por lo que había incluido, sino por lo que había dejado fuera de su libro. El narrador de Pasiones romanas no ha seguido su ejemplo y el lector que se atreva con este material de construcción se las verá y deseará para encontrar algo que agradecerle.
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